martes, 6 de marzo de 2012

¿SOCIEDAD FATAL?

Últimamente, para mi desgracia, me remiten demasiados de esos correos encadenados donde alguien denuncia, generalmente con visos de tener una información de primera mano, los desmanes y abusos a los que nos vemos sometidos los que somos “normales”.

En las cinco primeras líneas se detecta fácilmente el cariz del asunto y no suelo pasar de ahí (ni el mensaje tampoco, directo a la papelera). Una buena pista ya es la abundancia de destinatarios o los sucesivos reenvíos que ha sufrido el texto.

Con cierta frecuencia, el mensaje me lo manda alguien que aprecio y me pide respuesta. Procuro no entrar en detalles cuando ya conocen mi forma de pensar y tiendo al sarcasmo. Si insisten, pierdo diez minutos en explicarme.

Pero cada vez son más populares. Ya saben: xenofobia, racismo, nacionalismo, los políticos en general… Siempre apuntando directo al hígado, soslayando la Razón y envolviendo el intelecto para que quede cómodamente insensible.

Y me provocan dos reflexiones: una, el recuerdo de hace ya bastantes años, cuando era joven, en los ochenta, en que lo que estaba bastante de moda era la solidaridad con los desfavorecidos, fueran individuos, clases sociales o pueblos, y el espíritu de ayuda al prójimo. Las mejora sociales como la extensión de la atención sanitaria a todos los ciudadanos o las pensiones no contributivas, independientemente de la aportación individual al sistema de Seguridad Social, eran sentidos con orgullo por la mayoría de la población, admitidos de izquierda a derecha. Eso ha cambiado profundamente, de izquierda a derecha.

La segunda: ¿No merecería la pena escribir unos de esos mensajes en sentido contrario? Seguro que no soy el único que no es xenófobo, racista, no nacionalista y que piensa que nuestra sociedad no es tan catastrófica, ni está siendo atacada y saqueada.

Tenemos un país con más de treinta años ya de democracia. Con alternativas entre partidos en el poder sin terribles revanchas.

Nuestro nivel de bienestar seguro que era inimaginable hace esos más de treinta años. A pesar de la crisis terrible. Nos hemos acostumbrado a vivir con comodidades, a vivir en pisos con piscina y pista de tenis, en chalets unifamiliares, con un par de coches por familia, varios televisores de pantalla plana, ordenador, Internet.

Llevamos una vida diferente a la de nuestros padres y nuestros sueldos individuales pueden ser menores, pero no los de la familia, ahora trabajan hombres y mujeres.

Y cómo ha cambiado la vida de las mujeres. Sigue habiendo discriminación, malos tratos, sufrimiento. Pero nada comparable a la anterior generación. Cada vez son más las mujeres con alto nivel de educación, que tienen la sana opinión de que son seres adultos, que pueden y deben ganarse la vida por sí mismas, independientes económica y sexualmente, no simples madres y esclavas al servicio de su marido, hijos, padres.

Y viven con nosotros muchas personas que han venido a trabajar, a ganarse la vida donde han sabido que había posibilidades. Y son millones los que se han integrado entre nosotros, han creado familias y se han establecido aquí, como nosotros, ahora ellos también son “nosotros”.

Podemos fijarnos en lo que no funciona, en los individuos indeseables, hayan venido de fuera o nacido aquí, en los políticos que roban y estafan, en los fallos de nuestra democracia, en la pobreza y marginación, que sigue existiendo, o echar una ojeada a lo que tenemos y antes no teníamos y sentirnos orgullosos de nosotros y esperanzados en