No encuentro palabras.
Estaba empezando a escribir sobre la Democracia, sus
valores, sus límites y tergiversaciones. Pero, ¿esto?
El pueblo soberano de la democracia más antigua del mundo elegía
entre una candidata inteligente, con gran preparación intelectual, que ha
ocupado las más altas magistraturas del país (Senadora, Secretaria de Estado) y un empresario exitoso, mal hablado,
racista, machista, xenófobo, ignorante, en fin desagradable y demagogo. Sin
ninguna experiencia en cargos públicos. Sin siquiera el apoyo de su partido. Y el
Pueblo ha elegido al lerdo.
No es la primera vez que pasa. Así, de memoria: Berlusconi,
Reagan, George W. Bush, Zapatero, Jesús Gil y Gil… La democracia es así. No es
que el Pueblo siempre tenga razón, hoy seguro que es más evidente que nunca,
sino que es soberano. Para bien o para mal.
El sistema americano tiene además la ventaja de que está
pensado para que una sola persona no pueda acumular un excesivo poder, así el
Congreso puede frenar al Presidente e incluso imponerse a él (como en el caso
de Clinton, Bill, que no pudo gobernar a su gusto sino al de la durísima
mayoría republicana liderada por el radical Newt Gingrich). Lamentablemente, en
este caso El Viejo Gran Partido tiene mayoría en ambas cámaras, con lo que, al
menos estos dos primeros años, pueden ser un paseo militar para el nuevo
presidente.
Tampoco sabemos muy bien qué demonios quiere hacer. Un
congresista republicano por Nueva York, que apoya a Trump, declaraba hoy a una
televisión española que las promesas del candidato no había que tomarlas al pie
de la letra, pero que confiaba en él, en su capacidad negociadora y en que
pondría el interés de América primero, en las negociaciones con sus vecinos y
socios (México, China, Europa). Evidentemente, la ilusión que ha conseguido
transmitir el candidato es que mejorará la posición de su país a costa de la de
los demás, gracias a sus capacidades negociadoras evidenciadas en la gestión de
sus negocios, en los que prosperó buscando de forma astuta la forma más favorable
a sus intereses de aplicar las leyes y acuerdos, según nos explicaba el
mencionado congresista, admirado.
Como Berlusconi, como nuestro siniestro Gil y Gil, el
empresario que ha amasado una gran fortuna impresiona a las masas que le
sienten como uno de ellos, más espabilado, más lanzado, capaz de aprovecharse
del sistema, de burlar esas malditas regulaciones que nos molestan, como
admirarían a un fulano que circulara a 200 km/h por una zona con radar porque
tiene un dispositivo para anularlo. ¡Qué listo, quién pudiera!, pensamos. Y les
votamos.
Ojalá yo esté completamente equivocado y sea un gobernante sensato.
Pero el problema es que no tiene nada que perder: no necesita ser reelegido, no
necesita el apoyo del partido, puede volver cuando quiera a su vida anterior,
lejos de la política. No debe a nadie un apoyo. Tiene muy claro que las
consecuencias de sus acciones no importan para él (ya lo explicó cuando dijo
que podía tirotear unas cuantas persona por la calle sin que eso le fuera a
hacer perder votos).
Es Kurtz, el general de Apocalyse Now, o Nerón. Esperemos
que su reinado del terror no dure más de cuatro años, por lo menos.