domingo, 21 de mayo de 2017

ANÁLISIS PRIMARIO


Lo consiguió. Pedro Sánchez ha vuelto a Ferraz. Como cuando César cruzó el Rubicón y derrotó a Pompeyo, provocando el terror entre los senadores y demás enemigos políticos, así los cuadros y dirigentes del socialismo patrio tiemblan o ponen pies en polvorosa, como ya ha hecho, rápido como el viento, Hernando, el portavoz en el Congreso capaz de defender la política de Sánchez cuando era líder, tanto como luego la de la gestora que le sustituyó. Le espera un escaño magnífico en la parte alta de la sala, invisible, acabado, a la espera de la nada.

Ha sido una gran victoria, a qué negarlo. Pedro contra el mundo. Más que César es Bonaparte, imponiéndose en solitario, a pecho descubierto a las élites y basando la fuente de su poder, su legitimidad, directamente en el pueblo. El PSOE pasa a ser una organización donde las bases, tienen todo el poder a fin de entregárselo a un líder único. Y de este emanan los demás poderes del partido. Nadie salvo el líder tiene la legitimidad de origen. Nadie puede oponérsele sin ser descalificado por oponerse al dictamen infalible del pueblo.

La democracia no sólo consiste en votar, sino en las reglas e instituciones. En el PSOE, la democracia (relativa) ha sido sustituida por el cesarismo, la dictadura de uno elegido por la asamblea, la masa voluble y emotiva antes que racional.

Lo que nos espera es un congreso donde el vencedor impondrá a los que le han apoyado y sus políticas y, progresivamente, tratará de hacerse con el poder regional, hoy básicamente en manos de sus enemigos. Puede hacerlo con los más díscolos como lo hizo con Tomás Gómez en Madrid, disolviendo ejecutivas e imponiendo gestoras a su criterio. Se avecinan tiempos muy movidos en el PSOE. Tampoco olvidemos que se ha elegido secretario general, no candidato electoral.
Eso en el ámbito interno del partido. Cara al exterior, el asunto es más grave.

La prioridad de Sánchez es poner en marcha su programa: derribar a Rajoy a cualquier precio. El primer paso, es muy probable que sea presionar al coaligado canario para que no apoye los presupuestos del gobierno. Rajoy puede convocar nuevas elecciones, pero eso a Pedro puede resultarle indiferente, puede considerar que la composición del Congreso podría variar de forma que el PP no tenga posibilidades de gobernar. O puede que, simplemente, cumpla su promesa y se dé un tiro en el pie, yendo a unas elecciones en que empeore el resultado de su partido.

Otra variante, incluso más peligrosa, sería que buscara un pacto con Podemos y los separatistas catalanes para deponer a Rajoy con una moción de censura. Si lo consiguiera, el gobierno resultante no podría garantizar, ni mucho menos, unos resultados económicos como los actuales, poniendo en dificultad nuestra posición ante nuestros socios en la UE. Por otro lado, no sería descartable la convocatoria del famoso referéndum para la independencia de Cataluña, lo que ocasionaría casi insolubles problemas de legalidad y resultaría desestabilizador para nuestra convivencia, pues hay sectores sociales que nunca permitirían la separación de una parte del país. Hay circunstancias que parecen ser parte del pasado, pero pueden volver a suceder, y es justamente lo peor que nos podría pasar, en el que puede ser el momento de máximo desarrollo y bienestar de nuestra historia.

Antes de los previsibles desastres de un gobierno Sánchez-Podemos-Independentistas, parece improbable que no estalle el propio partido socialista donde muchos diputados no votarían a favor de medidas disgregadoras.

En resumen, salvo que impere la cordura y racionalidad tanto por parte del omnipotente líder como de la dura oposición institucional del partido, circunstancia que no hemos vislumbrado ni por un solo momento en estos meses, la tendencia que parece inevitable es hacia la disgregación del PSOE y la desestabilización del país, tanto desde el punto de vista económico como del político.


Por último, de nuevo, recordar a Napoleón: tras su abdicación como emperador fue desterrado a la isla de Elba, pero escapó, volvió a Francia y recuperó el poder, aclamado por su ejército y el pueblo. Cien días hasta Waterloo.

domingo, 12 de marzo de 2017

UNO DE LOS NUESTROS (GOODFELLAS)


Desde la magnífica “El Padrino” de Coppola, el cine nos ha brindado la oportunidad de conocer los entresijos de la mafia americana, ver cuáles son sus códigos “éticos”, vitales para estos sujetos, como el respeto o la importancia de la familia. Muchas buenas películas, alguna serie ya de culto, aunque también bastantes películas flojas, que no todo el monte es orégano.

Un excelente título es “Uno de los nuestros”, aunque no se corresponde muy exactamente con el original, algo así como “Buenos colegas”. La traducción en España da una clave que define este mundo: la importancia de la pertenencia al grupo, a la familia. Lo realmente crucial en sus vidas es la defensa de los suyos contra el resto, el mantenimiento del alma del clan.

Los jefes de las familias cuidan de sus chicos, que no tienen que temer por mucho que se desmanden y violen las leyes, siempre que sigan las directrices de los jefes, claro. Y siempre que no sean un estorbo para ellos, en cuyo caso es muy probable que sean liquidados directamente por los suyos. Mientras estés con la familia no son las leyes las que guían tu vida, son las instrucciones de tus jefes. Ellos ya se ocuparán si hay algún problema con la policía o los jueces.

Y, claro, los jefes tienen sus “capos”, los jefes de pelotón en el territorio que controlan, dignidad a la que se asciende por la obediencia y las capacidades ejecutivas (nunca mejor dicho) demostradas. Estos son los que controlan las zonas de las ciudades con sus “soldados”, quienes también seguirán sus instrucciones ciegamente, como en un ejército.

Por último, señalar que los jefes no dan nunca órdenes directas a soldados. Siempre hay personas de la mayor confianza, generalmente capos, que reciben las órdenes, con la seguridad de que nunca testificarán contra sus superiores. Y así se evita que un soldado se vaya de la lengua e inculpe a los generales. Las instrucciones, además, se dan siempre sin presencia de testigos.

Tengo un cierto aprecio por la figura de Mariano Rajoy. Siempre he preferido (bueno, quizá desde que cumplí los dieciocho años, más o menos, antes era más alocado) a las personas que reflexionan y son prudentes en sus decisiones a las atrevidas e impetuosas, que alternan momentos de esplendor con enormes catástrofes.

No obstante, desde hace algún tiempo, soy del parecer de que su época pasó. No puede dejar de estar impregnado por la cultura antigua de su partido, muy del tipo “Uno de los nuestros”.

El caso del Presidente de la Comunidad Murciana es paradigmático: independientemente de si es culpable o inocente, que para eso quedan los jueces, Rajoy tiene un pacto firmado con su socio “preferencial”, como suele calificar al partido “Ciudadanos”, donde se estipula, equivocadamente o no, que los cargos públicos deben dimitir o ser cesados si son categorizados por un juez como imputados (ahora, con el cambio de denominación en la ley, la denominación es “investigados”).
En este caso, Rajoy aplica sin duda la doctrina “Uno de los nuestros”: no podemos dejarle caer porque es nuestro y lo hace muy bien para el partido. ¿No hay nadie más en el PP que pueda asumir el cargo sin estar investigado?, preguntan con ingenuidad los del partido naranja. No comprenden el asunto. No es que no pueda haber otro, es que es Pedro Antonio Sánchez, el jefe regional, quien tiene el mando y quien consigue votos para el partido. La dirección nacional no deja caer a uno de los suyos porque sí. O porque hayan dado su palabra. Lo importante es la pertenencia al grupo.

Y no sólo se evitan dimisiones con los argumentos más peregrinos, por lo que podemos intuir o sospechar, se intenta que las pesquisas sobre ellos queden al menos entorpecidas, si no anuladas. Acaban de cambiar, entre otros, al fiscal jefe de Murcia, perseguidor del investigado Presidente de la Comunidad. Por casualidad.

Sólo cuando el capo ya no tiene valor, está quemado,  y su caída es de la máxima relevancia inmediata para el jefe, se lo decapita sin remordimientos: verbigracia, Rita Barberá.

No podemos olvidar tampoco, por desgracia, el famoso SMS del Presidente del Gobierno y del PP a su extesorero, de nombre impronunciable después para él, Bárcenas: “Luis, sé fuerte”. En el mejor estilo “El Padrino”, resiste, no confieses, no nos delates y cuidaremos de ti y de los tuyos. Lo que no tuvo en cuenta es que el jefe no debe dar órdenes con testigos a sus capos, mucho menos por escrito, y un SMS deja rastro.

Es muy triste, pero los comportamientos de la vieja cúpula del PP, empezando por su presidente, como se puede comprobar, tienden a parecerse más a los de un grupo mafioso, es decir, dedicado al medro del grupo y a garantizar la protección e impunidad de sus miembros, que a unos políticos que tratan de gestionar la cosa pública de la mejor manera posible para la comunidad.


Queda comprobado que no se puede reconducir a los viejos dirigentes, que siguen anclados en los antiguos valores de defensa del grupo contra la Ley, como intentaron Ciudadanos con sus famosas condiciones previas a cualquier pacto. Hasta que no haya un relevo generacional en el PP, no hay esperanza de cambio de actitud contra la corrupción de los amigos. Quizá esa esperanza tenga nombre de mujer (aunque no, desde luego el apellido Aguirre).

jueves, 9 de marzo de 2017

LA DESVEGÜENZA


Nos enteramos días atrás de que el presidente de la comunidad autónoma de Murcia, Pedro (Antonio) Sánchez (a qué me recuerda este nombre) iba a declarar en el juzgado como investigado por un asunto que viene de sus tiempos de alcalde en un pueblecito de la región.

Como todos recordamos, pues ha habido ya famosos precedentes en los casos de Griñán y Chaves en Andalucía (gobierno PSOE, como siempre allí) y Rita Barberá, exsenadora del PP, hay un punto del famoso pacto entre PP y Ciudadanos  por el que se comprometen a que cualquier cargo público imputado por un caso de corrupción, se vea obligado a dejar su puesto de inmediato. Textualmente:

“93. El Partido Popular y Ciudadanos se comprometen a la separación inmediata de los cargos públicos que hayan sido imputados formalmente o encausados por delitos de corrupción, hasta la resolución definitiva del procedimiento judicial. Asimismo, se comprometen a que las personas que se encuentren en dicha situación no puedan ser incorporadas en las candidaturas electorales ni ser nombrados para desempeñar cargos públicos.”

El portavoz del PP señor Maíllo declara que el pacto con Ciudadanos lo firmaron porque eran “lentejas”. Así nos informa de que firmaron los documentos que les pusieron por delante para conseguir los votos del partido centrista cara a poder presentarse a la investidura con una mayoría visible y conseguir el gobierno, pero no con la intención de cumplirlo. Maquiavelo hubiera aprobado, alborozado, esta determinación.

Innumerables son las manifestaciones de cargos populares en diferentes sentidos, pero todos en la misma dirección: Sánchez, como el otro, no dimite. A pesar de que hubiera firmado un pacto similar en su acuerdo de investidura. A pesar de que podemos ver una y otra vez en televisión al mismo sujeto declarando que si es imputado, se irá antes de que se lo pidan.

Más allá del absurdo de la argumentación, por llamar así a lo que son simplemente excusas de mal pagador, de los portavoces del partido del gobierno, (es que no está imputado, es que no es imputación formal, es que es un error administrativo, no es corrupción, es que es una decisión personal del presidente, es que sólo se irá si se le abre juicio oral, es que se viola la presunción de inocencia…), lo interesante del caso es poner de manifiesto la voluntad inequívoca de los dirigentes del Partido Popular de incumplir los pactos que han firmado.

Los dirigentes políticos no pueden cumplir sus programas electorales. No pueden pasar de ser una declaración de intenciones, el rumbo previsto a tomar, pero nadie puede prever las circunstancias que surgirán en los siguientes años, que podrán hacer más o menos factibles muchas de las medidas prometidas. Los electores juzgarán en la siguiente convocatoria.

No es lo mismo cuando se firma un pacto de gobierno, de investidura o similar con otra formación. Los compromisos son claros y se es deudor del otro, que, caso de no ver cumplidos los acuerdos, puede abandonar a su socio con todo el derecho.

Aquí se da un manifiesto abuso por los dirigentes del PP, empezando por su Presidente, que demuestran algo imperdonable: mala fe. No es que por circunstancias imprevisibles no puedan llevar adelante sus compromisos, es que tienen la firme voluntad de no hacerlo y, aún peor, no tuvieron ninguna intención de ajustarse a los compromisos cuando los firmaron.

¿Qué se puede hacer con gente de semejante jaez? Desde luego, Ciudadanos no puede hacer caer a este gobierno, pues quien lo sostiene de facto es el PSOE. Su única opción es denunciar los incumplimientos ante la opinión pública, de la forma más contundente y pertinaz posible y esperar a que el mensaje cale en los militantes y el electorado popular el mensaje de que no se puede apoyar a un partido donde los dirigentes carecen de vergüenza.

Puede ser que no consigan nada y que, además, en una nueva convocatoria electoral, puedan perder fuerza ante la maquinaria propagandística popular, que ya ha comenzado a torcer los hechos y a acusar a su socio de deslealtad. Aunque reputen a Ciudadanos de “partido del IBEX”, no se ha vista nunca una formación política con menos apoyo mediático y tanta opinión desfavorable (inequívoca señal de que molestan a todos, buen indicio de estar en la senda correcta).

Pero no podemos perder la esperanza de que los comportamientos deshonestos no queden sin castigo y que los electores o los militantes del PP no se conformen con estos dirigentes de otros tiempos y vuelvan sus miradas a otros que no estén contaminados por el deshonor. Cifuentes mantiene su pacto con Ciudadanos, y las dos mujeres más poderosas del PP no han hecho una sola manifestación sobre este asunto, Sáez de Santamaría y Cospedal.


Una vez más, debemos señalar que el tiempo de Mariano Rajoy ha pasado. Va a ser que el otros Sánchez tenía razón…

martes, 31 de enero de 2017

PROTECCIONISMO

La presidencia del señor Trump nos retrotrae a temas que ya creíamos prescritos, caducados, sin fuste. Así, el proteccionismo.

Ya estábamos convencidos casi todos, salvo la extrema izquierda inasequible al desaliento y al librecambio, de que el comercio es un innegable impulso para la mejora de las vidas de los humanos. Todos producimos más, conseguimos consumos más variados, somos más ricos y disfrutamos de mayor cantidad de bienes.

Pues no. El señor Presidente de los Estados Unidos de América, POTUS por otro nombre, ha ganado las elecciones con un programa que incluye la ruptura de los tratados comerciales con sus socios de Norteamérica y el Pacífico. Contra toda la tradición americana del pasado siglo de facilitar la apertura de su mercado para solicitar el mismo trato a los demás, empezando por sus más duros competidores, como Japón o la Unión Europea.

El señor Trump tiene en su mente las viejas ideas de “el vecino me roba” los puestos de trabajo, las divisas, qué sé yo. Lo que importa no es que haga las cosas bien o mal sino que la culpa es del otro, que se aprovecha de nuestra bondad y eso no puede seguir así. Un discurso antiguo, irracional, pero fácil de vender. También suponían algunos que difícil de llevar a la práctica, pero si algo no se le puede reprochar al nuevo POTUS es la fidelidad a su programa y la celeridad en llevarlo a cabo, algo siempre exigido a los políticos, aquello del programa-contrato, pero que en este caso aterra más que otra cosa.

No hace falta ser un gran estudioso de la economía para ver cómo una política proteccionista no sólo perjudica a los socios comerciales de un país (competidores-enemigos desde el punto de vista de los partidarios del cierre de fronteras) sino también al propio estado que toma esas medidas.
Cuando la presidencia americana amenaza con un arancel del 20% a los productos mexicanos, no podemos más que sorprendernos por su falta ya no de instrucción en temas económicos, sino de sentido común.

En primer lugar, la primera estupidez: ese aumento del arancel hará que México pague el famoso muro entre los países. El ideólogo de turno no ha debido caer en la cuenta de que ese aumento de impuestos a la entrada de mercancías mexicanas en los USA los tienen que pagar los ciudadanos americanos, que son los compradores.

En segundo lugar, los efectos inmediatos de una medida como esa son, obviamente, la rápida caída en las ventas de los productos mexicanos en Estados Unidos, por la vieja y nunca bien ponderada ley de la demanda que dice que si sube el precio de un bien, baja la cantidad comprada. Nota al pie: el genio que ha echado las cuentas de la recaudación de la Hacienda americana por esta subida de impuestos no ha tenido este efecto en cuenta. Gran gestión.

Evidentemente, los consumidores americanos, particulares o empresas, buscarán los productos antes importados de México en otros productores, interiores o exteriores, que tengan mejores precios, si los pueden encontrar. Desde luego, el efecto, en cualquier caso, es que los americanos tendrán que destinar una parte mayor de sus rentas a la adquisición de estos bienes o adquirir menos cantidad (o ambas cosas). Es una definición evidente de cómo empeorar la situación de una población, consumiendo menos bienes y más caros. Se consigue, eso sí, perjudicar al vecino, pues las ventas de las empresas mexicanas bajarán y tendrán dificultades, pues tendrán que buscar nuevos mercados, cosa no sencilla ni inmediata, y probablemente reducir dimensión y perder empleos.

A la vez, podemos estar bastante seguros de que el gobierno mexicano corresponderá al americano con medidas similares, pues la experiencia demuestra que ninguna nación deja que las otras suban sus barreras y mantiene las suyas bajadas. Cada disminución de aranceles que ha habido en este mundo viene precedida de acuerdos comerciales por los que los países implicados asumían desarmes mutuos, cuidadosamente evaluados. Pero ante una subida, la respuesta no ha necesitado nunca mucha reflexión ni medida.

Si México toma las medidas esperables, la situación no mejora, sino al contrario, ampliaría los efectos perniciosos, haciendo más caras las compras de bienes para sus nacionales y destruyendo capacidad productiva y empleos en los USA.

Resumen: dos países con menos bienes consumidos, más caros y con menos empleos y empresas. El paraíso terrenal, vamos.

Aún así, todavía encontramos gente defensora de este tipo de medidas, muy probablemente porque son ajenos al razonamiento económico. Sólo esperan que en el interior de las fronteras de su nación se creen empresas para producir los productos que antes se compraban en el extranjero, con lo que se promueve el empleo para los nacionales. La idea es que el extranjero me roba los empleos produciendo más barato, así que le subo los precios artificialmente y de este modo le robo los empleos (o los traigo de vuelta).

Para que la idea funcione se necesita que ningún otro país ofrezca esos productos más baratos que los productores nacionales, lo que implica mayores subidas de aranceles, a otros países. Casi a cuantos más, mejor.

El efecto real será sustitución de bienes más baratos por los mismos más caros (eso sí, made in USA), con aumento de empleo en esos sectores en los que el país no es competitivo, y pérdida de ventas y empleos en los sectores exportadores, por la subida de los aranceles de los extranjeros, justo en las industrias más competitivas del país. Al final, cambia el destino de las inversiones y el empleo desde las industrias más competitivas a las menos, con un resultado de menor consumo y mayores precios, menor renta real, es decir, menor poder adquisitivo de los salarios en el país.


Y todavía nos encontramos con defensores de estas políticas, generalmente porque se suponía que eran beneficiosas sólo para los países más industrializados y especialmente los imperialistas USA. Por favor, un poco de racionalidad antes de acabar con las pocas ideas sensatas en que se sostiene nuestra civilización, la más próspera que ha habido nunca sobre la faz de este planeta.