domingo, 12 de marzo de 2017

UNO DE LOS NUESTROS (GOODFELLAS)


Desde la magnífica “El Padrino” de Coppola, el cine nos ha brindado la oportunidad de conocer los entresijos de la mafia americana, ver cuáles son sus códigos “éticos”, vitales para estos sujetos, como el respeto o la importancia de la familia. Muchas buenas películas, alguna serie ya de culto, aunque también bastantes películas flojas, que no todo el monte es orégano.

Un excelente título es “Uno de los nuestros”, aunque no se corresponde muy exactamente con el original, algo así como “Buenos colegas”. La traducción en España da una clave que define este mundo: la importancia de la pertenencia al grupo, a la familia. Lo realmente crucial en sus vidas es la defensa de los suyos contra el resto, el mantenimiento del alma del clan.

Los jefes de las familias cuidan de sus chicos, que no tienen que temer por mucho que se desmanden y violen las leyes, siempre que sigan las directrices de los jefes, claro. Y siempre que no sean un estorbo para ellos, en cuyo caso es muy probable que sean liquidados directamente por los suyos. Mientras estés con la familia no son las leyes las que guían tu vida, son las instrucciones de tus jefes. Ellos ya se ocuparán si hay algún problema con la policía o los jueces.

Y, claro, los jefes tienen sus “capos”, los jefes de pelotón en el territorio que controlan, dignidad a la que se asciende por la obediencia y las capacidades ejecutivas (nunca mejor dicho) demostradas. Estos son los que controlan las zonas de las ciudades con sus “soldados”, quienes también seguirán sus instrucciones ciegamente, como en un ejército.

Por último, señalar que los jefes no dan nunca órdenes directas a soldados. Siempre hay personas de la mayor confianza, generalmente capos, que reciben las órdenes, con la seguridad de que nunca testificarán contra sus superiores. Y así se evita que un soldado se vaya de la lengua e inculpe a los generales. Las instrucciones, además, se dan siempre sin presencia de testigos.

Tengo un cierto aprecio por la figura de Mariano Rajoy. Siempre he preferido (bueno, quizá desde que cumplí los dieciocho años, más o menos, antes era más alocado) a las personas que reflexionan y son prudentes en sus decisiones a las atrevidas e impetuosas, que alternan momentos de esplendor con enormes catástrofes.

No obstante, desde hace algún tiempo, soy del parecer de que su época pasó. No puede dejar de estar impregnado por la cultura antigua de su partido, muy del tipo “Uno de los nuestros”.

El caso del Presidente de la Comunidad Murciana es paradigmático: independientemente de si es culpable o inocente, que para eso quedan los jueces, Rajoy tiene un pacto firmado con su socio “preferencial”, como suele calificar al partido “Ciudadanos”, donde se estipula, equivocadamente o no, que los cargos públicos deben dimitir o ser cesados si son categorizados por un juez como imputados (ahora, con el cambio de denominación en la ley, la denominación es “investigados”).
En este caso, Rajoy aplica sin duda la doctrina “Uno de los nuestros”: no podemos dejarle caer porque es nuestro y lo hace muy bien para el partido. ¿No hay nadie más en el PP que pueda asumir el cargo sin estar investigado?, preguntan con ingenuidad los del partido naranja. No comprenden el asunto. No es que no pueda haber otro, es que es Pedro Antonio Sánchez, el jefe regional, quien tiene el mando y quien consigue votos para el partido. La dirección nacional no deja caer a uno de los suyos porque sí. O porque hayan dado su palabra. Lo importante es la pertenencia al grupo.

Y no sólo se evitan dimisiones con los argumentos más peregrinos, por lo que podemos intuir o sospechar, se intenta que las pesquisas sobre ellos queden al menos entorpecidas, si no anuladas. Acaban de cambiar, entre otros, al fiscal jefe de Murcia, perseguidor del investigado Presidente de la Comunidad. Por casualidad.

Sólo cuando el capo ya no tiene valor, está quemado,  y su caída es de la máxima relevancia inmediata para el jefe, se lo decapita sin remordimientos: verbigracia, Rita Barberá.

No podemos olvidar tampoco, por desgracia, el famoso SMS del Presidente del Gobierno y del PP a su extesorero, de nombre impronunciable después para él, Bárcenas: “Luis, sé fuerte”. En el mejor estilo “El Padrino”, resiste, no confieses, no nos delates y cuidaremos de ti y de los tuyos. Lo que no tuvo en cuenta es que el jefe no debe dar órdenes con testigos a sus capos, mucho menos por escrito, y un SMS deja rastro.

Es muy triste, pero los comportamientos de la vieja cúpula del PP, empezando por su presidente, como se puede comprobar, tienden a parecerse más a los de un grupo mafioso, es decir, dedicado al medro del grupo y a garantizar la protección e impunidad de sus miembros, que a unos políticos que tratan de gestionar la cosa pública de la mejor manera posible para la comunidad.


Queda comprobado que no se puede reconducir a los viejos dirigentes, que siguen anclados en los antiguos valores de defensa del grupo contra la Ley, como intentaron Ciudadanos con sus famosas condiciones previas a cualquier pacto. Hasta que no haya un relevo generacional en el PP, no hay esperanza de cambio de actitud contra la corrupción de los amigos. Quizá esa esperanza tenga nombre de mujer (aunque no, desde luego el apellido Aguirre).

jueves, 9 de marzo de 2017

LA DESVEGÜENZA


Nos enteramos días atrás de que el presidente de la comunidad autónoma de Murcia, Pedro (Antonio) Sánchez (a qué me recuerda este nombre) iba a declarar en el juzgado como investigado por un asunto que viene de sus tiempos de alcalde en un pueblecito de la región.

Como todos recordamos, pues ha habido ya famosos precedentes en los casos de Griñán y Chaves en Andalucía (gobierno PSOE, como siempre allí) y Rita Barberá, exsenadora del PP, hay un punto del famoso pacto entre PP y Ciudadanos  por el que se comprometen a que cualquier cargo público imputado por un caso de corrupción, se vea obligado a dejar su puesto de inmediato. Textualmente:

“93. El Partido Popular y Ciudadanos se comprometen a la separación inmediata de los cargos públicos que hayan sido imputados formalmente o encausados por delitos de corrupción, hasta la resolución definitiva del procedimiento judicial. Asimismo, se comprometen a que las personas que se encuentren en dicha situación no puedan ser incorporadas en las candidaturas electorales ni ser nombrados para desempeñar cargos públicos.”

El portavoz del PP señor Maíllo declara que el pacto con Ciudadanos lo firmaron porque eran “lentejas”. Así nos informa de que firmaron los documentos que les pusieron por delante para conseguir los votos del partido centrista cara a poder presentarse a la investidura con una mayoría visible y conseguir el gobierno, pero no con la intención de cumplirlo. Maquiavelo hubiera aprobado, alborozado, esta determinación.

Innumerables son las manifestaciones de cargos populares en diferentes sentidos, pero todos en la misma dirección: Sánchez, como el otro, no dimite. A pesar de que hubiera firmado un pacto similar en su acuerdo de investidura. A pesar de que podemos ver una y otra vez en televisión al mismo sujeto declarando que si es imputado, se irá antes de que se lo pidan.

Más allá del absurdo de la argumentación, por llamar así a lo que son simplemente excusas de mal pagador, de los portavoces del partido del gobierno, (es que no está imputado, es que no es imputación formal, es que es un error administrativo, no es corrupción, es que es una decisión personal del presidente, es que sólo se irá si se le abre juicio oral, es que se viola la presunción de inocencia…), lo interesante del caso es poner de manifiesto la voluntad inequívoca de los dirigentes del Partido Popular de incumplir los pactos que han firmado.

Los dirigentes políticos no pueden cumplir sus programas electorales. No pueden pasar de ser una declaración de intenciones, el rumbo previsto a tomar, pero nadie puede prever las circunstancias que surgirán en los siguientes años, que podrán hacer más o menos factibles muchas de las medidas prometidas. Los electores juzgarán en la siguiente convocatoria.

No es lo mismo cuando se firma un pacto de gobierno, de investidura o similar con otra formación. Los compromisos son claros y se es deudor del otro, que, caso de no ver cumplidos los acuerdos, puede abandonar a su socio con todo el derecho.

Aquí se da un manifiesto abuso por los dirigentes del PP, empezando por su Presidente, que demuestran algo imperdonable: mala fe. No es que por circunstancias imprevisibles no puedan llevar adelante sus compromisos, es que tienen la firme voluntad de no hacerlo y, aún peor, no tuvieron ninguna intención de ajustarse a los compromisos cuando los firmaron.

¿Qué se puede hacer con gente de semejante jaez? Desde luego, Ciudadanos no puede hacer caer a este gobierno, pues quien lo sostiene de facto es el PSOE. Su única opción es denunciar los incumplimientos ante la opinión pública, de la forma más contundente y pertinaz posible y esperar a que el mensaje cale en los militantes y el electorado popular el mensaje de que no se puede apoyar a un partido donde los dirigentes carecen de vergüenza.

Puede ser que no consigan nada y que, además, en una nueva convocatoria electoral, puedan perder fuerza ante la maquinaria propagandística popular, que ya ha comenzado a torcer los hechos y a acusar a su socio de deslealtad. Aunque reputen a Ciudadanos de “partido del IBEX”, no se ha vista nunca una formación política con menos apoyo mediático y tanta opinión desfavorable (inequívoca señal de que molestan a todos, buen indicio de estar en la senda correcta).

Pero no podemos perder la esperanza de que los comportamientos deshonestos no queden sin castigo y que los electores o los militantes del PP no se conformen con estos dirigentes de otros tiempos y vuelvan sus miradas a otros que no estén contaminados por el deshonor. Cifuentes mantiene su pacto con Ciudadanos, y las dos mujeres más poderosas del PP no han hecho una sola manifestación sobre este asunto, Sáez de Santamaría y Cospedal.


Una vez más, debemos señalar que el tiempo de Mariano Rajoy ha pasado. Va a ser que el otros Sánchez tenía razón…