La pasada semana se celebró en Madrid la gala anual de la
academia cinematográfica española para entregar los premios Goya. Desde hace
años, los participantes suelen aprovechar esta celebración para llevar a cabo
alguna reivindicación, desde la muy resonante del año 2003 con el “No a la
guerra” como eslogan contra la participación de España en la II Guerra de Irak.
Este año, el tema era la reivindicación del papel de las
mujeres y la denuncia de casos de abusos de índole sexual.
Bien.
Durante la gala se entrevista a una de las asistentes, la
actriz y directora Leticia Dolera. Su frase más destacada, en referencia a los
presentadores fue: “Os está quedando un campo de nabos feminista precioso”. A
la mañana siguiente, ante las críticas recibidas, se disculpó explicando que “En
la gala de ayer, el chiste de 'el campo de nabos' hacía referencia a los
hombres cis que presentaban, escribían y dirigían. No pensé en que a su vez
invisibilizaba a las mujeres que tienen pene”.
Empiezo por la disculpa. Creo que describe con bastante
precisión el mundo en el que habitan la señora Dolera y sus compañeros de
lucha. Utiliza expresiones con un significado poco habitual para el resto de
los mortales, precisamente para hacer notar lo que le resulta de interés
(visibilizar). Por un lado, hay “mujeres que tienen pene”, lo que me perturba
bastante porque dejo de entender qué es una mujer, y hay “hombres cis”, que, en
mi poco santa ignorancia, pensé, primero que “cis” era algún tipo de errata,
después, que me sigue sonando a sociólogo estatal. Pero no, son “hombres cuya
identidad de género y género coinciden”, según la Wikipedia. Antes conocidos
como “hombres”.
No soy capaz de hacer mejor comentario que la reproducción
de uno de los diálogos de la brillante película del grupo Monthy Python, “La
Vida de Brian”, donde uno de los miembros (con perdón) del revolucionario y
anti-imperialista “Frente Popular de Judea” pone el tema de su sexualidad encima
de la mesa:
STAN.-
Quiero ser una mujer.
FRANCIS.-
¿Qué?
STAN.-
Quiero ser una mujer. Desde ahora quiero que me llaméis Loretta.
JUDITH.-
¿Por qué quieres ser Loretta?
STAN.-
Es que yo quiero ser madre.
REG.-
Tú no puedes parir.
STAN.-
¡No me oprimas!
REG.-No
es que te oprima, Stan. Es que no tienes matriz. ¿Dónde vas a gestar el feto,
en un baúl?
JUDITH.-
Tengo una idea. Es verdad que él no puede parir, lo que no es culpa de nadie,
ni siquiera de los romanos, pero sí puede tener derecho a parir. Aunque no
tenga matriz, tiene derecho a ser madre.
FRANCIS.-
Nosotros tenemos que reivindicar ese derecho. Es un símbolo de nuestra lucha
contra la opresión.
REG.-
Es un símbolo de tu lucha contra la realidad.
Hace unos cuantos años, la gente de todos los lugares e
ideologías e reía abiertamente con este diálogo. Ahora supongo que será tachado
de machista, heteropatriarcal y, en suma, fascista.
Sobre el comentario primigenio, sí deseaba hacer alguna
consideración.
La lucha feminista que está desplegándose en estos últimos
tiempos parece que toma unos derroteros decididamente contrarios a la igualdad,
que siempre pareció su causa principal y que debe tener un merecido e
inexcusable apoyo. Ahora me da la impresión de que la lucha es contra los
hombres heterosexuales en general, con ánimo de cambiar las tornas. No se trata
de que los hombres heterosexuales cambien sus comportamientos por otros “feministamente”
aceptados, no sólo eso, sino que tanto mujeres como colectivos LGTBI pasen a
tomar el papel que aquellos tenían, en similares términos.
La ofensa parece que sólo puede provenir desde el lado
masculino hetero (hombres cis, según hemos aprendido), pero similares
comportamientos desde otros colectivos no sólo no se evitan sino que se jalean,
como forma de liberación. Es la igualación por la imitación de comportamientos
abusivos y ofensivos.
Hace escasas fechas, un presentador (heterosexual, casado,
con hijos) de un popular concurso televisivo era persistentemente requebrado
por un concursante, manifiestamente homosexual, pasando desde el piropo a la
proposición sexual. Grandes risas y chanzas.
Este famoso presentador, que soportó de buen grado y rió la
gracia del concursante, tuvo la mala idea de decir en la gala de los Goya que
le parecía que no era el lugar para las reivindicaciones feministas, sino para
hablar de cine. De “machista” no han bajado los calificativos.
Del mismo modo, la señora Dolera encuentra muy simpático, un
chiste, referirse a los presentadores de la gala en cuestión como “campo de
nabos”. La monda.
Es también bastante común que las señoras con más ansias por
demostrar su feminismo activo mantengan conversaciones enjuiciando a sus
compañeros de trabajo, conocidos, visitantes, etc., con un lenguaje y
expresiones que nada tienen que envidiar a las de una reunión de los más soeces,
machistas y estereotipados trabajadores de la construcción que imaginemos.
Son ejemplos recientes sobre un hecho ampliamente extendido.
Los comportamientos de los hombres heterosexuales se analizan con un escrúpulo
infinito, hasta lo ridículo, mientras los colectivos presuntamente sometidos
por ellos son libres de ofender, acosar y despotricar siempre que se refieran a
los referidos hombres cis.
La señora Dolera pide disculpas por “invisibilizar a las
mujeres con pene” por su comentario. Pero le parece muy adecuado referirse al
resto de portadores de vergas con ese calificativo.
Me parece que lo adecuado para saber si una conducta es
apropiada desde un punto de vista de género sería cambiarle el mismo y meditar
sobre el efecto que nos causaría.
Si un concursante de televisión masculino se atreviera a
hacerle proposiciones de índole sexual a una presentadora, no sólo nos
sonrojaría, sino que el tipo tendría unas altas probabilidades de acabar en
comisaría.
Si un actor tuviera el atrevimiento de referirse a un
colectivo de mujeres como “montón de chochos”, pongo por caso, su mejor opción
sería el abandono urgente del país para evitar la extirpación pública y
traumática de sus órganos sexuales.
¿Por qué se acepta en caso contrario?
Es absolutamente apropiado y encomiable luchar por el trato
justo y respetuoso de hombres a mujeres y otros colectivos con distintas
sensibilidades de género, todos debemos contribuir. Pero no es de recibo que se
repitan esos mismos comportamientos ofensivos en sentido contrario. Luchemos
por la igualdad y el respeto, no por el cambio de rol entre sujetos y objetos
de las ofensas.
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